The Core, un viaje al centro de la Tierra

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The Core (2003).

The Core (2003), pasó tan desapercibida por las carteleras en su época, que fue solo hasta hace unos días, cuando la pasaron por la TV de pago, que me enteré de la existencia de esta cinta de catastrofismo ecológico de ciencia ficción, subgénero malagradecido si los hay y con un ranking impresionante de películas perversas (más que malas, malísimas). Esta cinta, producida a destiempo, luego del boom de películas de meteoritos y tormentas de finales de los noventa, no podía ser la excepción, y si no fuera por la aparición de los rostros conocidos de algunos actores secundarios de prestigio en Hollywood, Aaron Eckhart, Hilary Swank, Delroy Lindo, Stanley Tucci, D.J. Qualls, Tchéky Karyo, (de esos actores que uno sabe haberlos visto muchas veces antes pero sin recordar el nombre de ninguna película en la que hayan participado); uno pensaría que se trata de cine B. Sin embargo sorprende saber que fue una superproducción destinada a arrasar las taquillas del mundo, propósito que sin duda nunca llegó a cumplir. Me atrevo a decir que por ser demasiado geek y julioverniana, para la mayoría del público. Es una de esas cintas que solo pueden ser apreciadas por las pocas personas que cuentan con la sensibilidad necesaria para emocionarse con los temas de la geología, el electromagnetismo y las explosiones nucleares controladas, y que además cuenten con un amplio margen de permisividad hacia las licencias del guión. Si se considera parte de esta minoría, entonces esta es la película para usted.

Bien, a las nueve de la noche, sin nada más que hacer, sintonicé el TV en AXN, y me dispuse a observar The Core.

El comienzo de la cinta, podría ser el inicio de alguna secuela de La profecía o El exorcista. Con algo de aire setentas, por un momento me hizo creer que estaba a punto de ver uno de esos clásicos del cine underground. Un hombre entra a una imponente oficina, mientras sonríe confiado y dice a sus acompañantes, «vamos a ganar esos treinta millones de dólares». Tan pronto como entra cae misteriosamente sobre una mesa de cristal, muerto. La banda sonora de Christopher Young es grandilocuente. Luego la cámara realiza una larga toma que recorre el edificio, la calle y un parque; otras decenas de personas han muerto en el mismo instante. Como comienzo promete, pero instantes luego nos enteramos de que todo ha ocurrido a causa de una anomalía magnética que ha afectado los marcapasos de cientos de personas en el área de unas manzanas. Y bueno, estadísticamente veo improbable que haya un tan alto promedio de gente con marcapasos entre los habitantes de una ciudad (por ejemplo hubiera sido más interesante explicar que el geomagnetismo afectó directamente los cerebros de algunas personas predispuestas y que eso causó su muerte). También nos enteramos de que esta es la primera manifestación de un hecho catastrófico; el magma del centro de la Tierra, cuya rotación produce el caparazón magnético que protege a la Tierra de los rayos cósmicos, se ha detenido. Lo que le espera a la humanidad no es nada bueno, pulsos que inutilizarán cualquier aparato electrónico, palomas que desorientadas ante la desaparición de los polos magnéticos, se estrellan en las plazas de las ciudades, tormentas eléctricas de varios cientos de rayos por metro cuadrado (los relámpagos destruyendo Roma es uno de los momentos con efectos especiales más serie B de la película), hoyos en la atmósfera que dejan pasar la radiación del espacio achicharrando todo a su paso, caos en las comunicaciones aéreas (uno de los bonitos efectos es que las auroras boreales se pueden observar a diario desde casi cualquier punto del planeta)… Se le da al mundo un año máximo de vida. Es entonces cuando comenzamos a conocer a los héroes de la historia. La única manera de invertir el proceso es enviar una expedición al centro de la Tierra, y detonar una carga nuclear para poner nuevamente en rotación al magma (nuestras amigas las bombas atómicas siempre tan útiles para salvar al mundo).

No me detendré en la descripción de los personajes (los arquetipos perfectos del científico malo pero con corazón, el científico bueno pero aburrido, el científico casi loco pero brillante y negro, el exótico y extranjero pero divertido, el hacker que piensa en lenguaje binario, y por supuesto la piloto mujer fatal y brillante… Ya desde el principio sabemos que solo van a sobrevivir ella y el científico bueno); y vamos al grano.

La nave de los terranautas en sí, es un sueño geek. Bautizada como Virgil, en honor a Virgilio, quien descendió a los infiernos, está dotada de un rayo sónico capaz de despedazar montañas enteras con la limpieza de un bisturí. Los guionistas además han sorteado con facilidad los problemas de la enorme presión y altas temperaturas en el fondo de la tierra, inventando un nuevo material, que básicamente es a nivel molecular una máquina de energía, que a mayor presión del exterior más fuerza y resistencia obtiene, lo cual lo hace idóneo para la nave de este temerario viaje. Es igualmente ingeniosa la forma en que el Virgil se guía a través de la corteza terrestre, mediante una especie de tomógrafo capaz de atravesar el novísimo y resistente material (cuyo inventor dice que su nombre real tiene 32 sílabas). No hay que dejar de mencionar, por supuesto, su grácil apariencia fálica. Uno de los momentos más entretenidos es cuando le piden al inventor hacer realidad esta máquina gloriosa en tres meses, y este sonríe y musita perplejo que necesitaría 50.000 millones de dólares. Por supuesto para salvar el mundo el dinero es siempre ilimitado y con presupuestos como los de Hollywood uno no se extraña de que construir al Virgil hubiera sido posible.

La cinta del género catastrofista, deviene entonces en una aventura al más puro estilo Verne, cuando los científicos aventureros emprenden el viaje hacia el centro de la Tierra, lanzándose desde una plataforma en el Pacífico. Mientras el Virgil navega hacia el fondo del océano las misteriosas ballenas azules acompañan la nave en su caída, y uno no puede evitar pensar en un falo que fuera a fecundar a Gaia. Bien, entre explosiones volcánicas la nave consigue entrar por una falla en la corteza terrestre. En su trayecto hacia el centro, los expedicionarios se topan con una especie de Tierra Interior, una geoda donde existen cristales de más de diez metros de altura, encerrados en una burbuja vacía de cobalto, en uno de los momentos más imaginativos y sin embargo con cierto soporte científico; y para los fanáticos de la Tierra Hueca, la cinta vale la pena solo por observar esta representación. Cabe también mencionar los diamantes gigantes (diamantes negros en la pantalla del navegador de la nave) que la nave encuentra ya casi al final del viaje, y que son lo único que no pueden atravesar, y deben esquivar, como si se tratara de Luke planeando por los túneles de la Estrella de la Muerte.

Para finalizar con el toque conspiranoico, en la segunda mitad de la película también nos enteramos de algo sorprendente; el magma del centro de la Tierra se ha detenido como fruto del experimento secreto estadounidense de un arma capaz de producir terremotos… Y cómo no, la base de este proyecto se encuentra en Alaska… Tal como el Proyecto HAARP.

El final es largo y aburrido y el asunto pierde rápidamente el interés luego de que las bombas atómicas implosionan (cada una de 200 megatones), y la pareja sobreviviente por poco queda atrapada en el interior de la Tierra (lo que podría ser quizás el sueño de cualquiera, el quedar atrapado en una cápsula que flota en el magma).