La labor del subhumano

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Die Nacht, Max Beckman (1919).

En la sociedad actual la labor del subhumano parece ser mover cada vez más los límites de aquello que es socialmente permitido, como si pensara que la verdadera libertad se haya en el exceso.

¿Qué es el subhumano?

El subhumano nace siendo lo que es y lo que ya será. El subhumano de siente naturalmente atraído, siempre en primer lugar, hacia lo más básico de la existencia y sus apetencias son predecibles y vulgares. Se decantará por todo aquello que le exija el menor esfuerzo. En cuanto a su descripción taxonómica, su esencia animalesca es su característica más notable. Es en últimas, un protohumano o al contrario, un humano involucionado. Un humano verdadero puede caer en la subhumanidad, pero un subhumano jamás será un verdadero humano.

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Ver a ciertos subhumanos, felices y orgullosos de replicar su progenie desviada, su mediocridad, y su debilidad: felices de producir en su propio vientre o en el vientre de su compañera, más esclavos para sus amos. Casi que se arrojan uno sobre otro en frente de su simiente y realizan su acto de reproducción una vez más, sin pudor alguno, en cualquier parte. He ahí, su verdadera esencia. Es algo tan repugnante como sería presentir los pensamientos placenteros de un rebaño de vacas que va rumbo al matadero.

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Mas aquel que advierte, a pesar de todos sus esfuerzos por superar su condición, que no puede dejar de ser un subhumano, este es merecedor de cierto respeto, pues al menos tiene plena conciencia de lo que es, y realiza cierto esfuerzo; comparado con aquel que siente un vil regocijo en su condición subhumana, y ni siquiera sabe lo que es, ni se lo plantea, aunque sea tangencialmente. Este último se comporta igual que un animal, y es menos que un animal.

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Algún día, los humanos dejarán de reunirse como ratas que escarban entre la basura en sus ciudades, orgullosos de su simiente desviada.

Solo quienes hayan conservado su verdadera humanidad, heredarán entonces la Tierra.

La unión humana

Chang And Eng
«Unión humana». Fotografía de los famosos gemelos siameses Chang y Eng.

Solo dos tipos de personas ambicionan el poder lo suficiente para alcanzarlo: aquellos que son santos y aquellos que son psicópatas. Pero, si se fija uno bien, podrá darse cuenta de que los santos son más bien escasos.

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El comunismo o el socialismo pueden entenderse como subsistemas del capitalismo; no de ninguna manera como sus opuestos absolutos.

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Ha habido muchos grandes hombres en la historia, pero la gran mayoría de estos no han sido verdaderos grandes hombres. Y del mismo modo, podríamos decir que de la mayoría de los verdaderos grandes hombres de la historia, no conoceremos nunca ni siquiera sus nombres.

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Cuando el sistema consiga la sumisión y el silencio absolutos, lo siguiente a perseguir será ese mismo silencio y sumisión.

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El ser humano le teme a algo que es inevitable, le teme a la muerte, y hace todo por evitarla, cuando al final nunca podrá evadirse de ella.

Es absurdo el temer a la muerte, siendo algo inevitable.

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Nada que se pueda escribir podría justificar el futuro, sino solamente el pasado, el cual es el único terreno de la escritura.

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Muchas veces lo que une a un determinado individuo al conjunto de los seres humanos es en el fondo bien poco, fuera de poseer un cuerpo similar al que los otros poseen.

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Lo que en un ser real produce un llanto profundo, en un subhumano no llega ni a ser una pequeña inquietud.

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Un verdadero ser, sabe que no puede compartir la carga profunda de su existencia con nadie, que este peso es algo que debe llevar él solo.

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No hay que buscar la compañía humana, pero si se adquiere cierta responsabilidad, hay que ser digno de sí mismo, hasta el final.

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El ser debe estar dispuesto a desprenderse de todo, sin lamentos, hasta de «sí mismo», lo que el mundo material ha hecho creerle que es él mismo.

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Pues todo ser busca su natural equilibrio y sus pensamientos solo son los pasos que da en este camino, y este ser solo debería preservar aquellos pensamientos e inclinaciones que le son naturales a su ser y evitar aquellos que le llevan a sumergirse en remordimientos o padeceres, que bien examinados, no tienen ningún sentido; pues todo lo que fue, solo fue. Y todo ser material es frágil y predeterminado por su biología y escenario.

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El ser no tiene hermanos, no tiene padre, ni madre, no tiene nación, ni idioma, pues su verdadero origen es inmortal.

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Solo el ser es importante.

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Pero aun cuando el ser tenga un origen inmortal, nada en este universo lo es.

Rampage

Bill Willianson Rampage
En el siglo XXI un personaje de ficción puede decir más verdades en un par de minutos que los propios líderes del mundo libre en todas sus carreras. Brendon Fletcher expandiendo el mensaje de Bill a través de Youtube.

En la trilogía de Rampage, que inicia con Rampage (2009), no hay ninguna intención artística o conceptual obvia. En esta serie de películas de Uwe Boll, más conocido por sus adaptaciones de videojuegos y películas de nazi exploitation, la intención va más allá, hacia algo más importante que la pura gratificación personal o buscar el agrado de las masas. Rampage es más que una serie de cintas de humor negro, un legado y un manifiesto.

El mensaje de Bill Willianson, interpretado por el canadiense Brendon Fletcher, quien en todo momento logra hacernos creer en la nobleza de su personaje, en el fondo es solo uno, y es simple y puro: no puedo decirles a quién odiar, pero sí puedo decirles qué pueden hacer al respecto. Y si lo piensan bien, si ven alrededor la vida mediocre a la que están destinados si siguen confiando en el sistema, la única solución es construir una armadura de kevlar y salir a la calle y hacer eso que tienen que hacer. Y entretanto estrellar un camión contra un banco y llevarse todo el dinero que se pueda. Porque ese dinero y la sociedad artificial que se ha creado en torno al acaparamiento del trabajo y el tiempo humano no merece ningún respeto de alguien como él. De alguien que está despierto y ve las cosas tal como son. Porque en su mente nihilista la muerte es algo inevitable, en todo caso, y con ningún significado.

En la segunda entrega, Rampage: Capital Punishment (2014), Bill es todavía más claro: empiecen con los ricos. Todos ellos son la misma escoria, todos aquellos que viven en mansiones han olvidado por completo lo que significa ser un ser humano. Las estrellas de cine son hologramas vacíos; los directores de Hollywood solo venden mentiras, son pagados para reescribir la historia (y ellos lo saben), los informativos no se diferencian de la propaganda, son la otra cara de la moneda. Todo es pagado por los ricos, el sistema es mantenido por su dinero; todo lo que se ve en la televisión o el Internet solo tiene un objetivo; hacer más ricos a los ricos. Si algo da dinero, no importa que sea amoral o destructivo, los ricos pagarán a los políticos y a los así llamados periodistas para que informen y legislen por su negocio. Las armas son un negocio, los seres humanos de pie solo son ganado, monitoreado día a día por medios tecnológicos. La Tierra es contaminada y arrasada. Las guerras contra el terrorismo se basan en mentiras, tan simples y de baja factura que su masiva aceptación deja entrever que las masas no solo se comportan como ganado, sino que en realidad lo son. Todo es un miserable negocio que se lucra de la sangre y la muerte.

La raza humana se expande como una infección. Los individuos degeneran. Y no hay recursos suficientes para todos. Sí, Bill Willianson también quisiera creer que es posible una sociedad igualitaria y racional, donde todos dan y reciben lo justo, pero él es demasiado inteligente para saber que eso nunca sucederá. No, los seres humanos no son iguales, y su deseo y tesón para trabajar y dar y recibir no es el mismo. Toda sociedad lleva a la esclavitud en manos de los poderosos. No hay Dios, no hay ninguna redención, la religión y las ideologías son meras herramientas para mantener al ganado dormido.

Vas a morir de frío en la calle, le dice Bill a un vagabundo. ¿Qué nunca vas a hacer nada al respecto? Levántate y haz lo que tienes que hacer, lo único racional y lógico que un ser humano inteligente sabe que debe hacer en tal estado de cosas. Levántate y mata tantos parásitos como sea posible. La Tierra tiene que ser limpiada para que algo nuevo crezca. ¿Odias a los ricos? Toma un arma y mata tantos como sea posible. ¿Odias a los periodistas que solo repiten mentiras? Toma un canal de televisión y hazlo explotar con una bomba. ¿U odias a alguien más? Solo haz algo al respecto, pon tu maldito grano de arena. ¿Haz visto lo que sucede? Hay sobrepoblación humana, los recursos terminarán eventualmente y los ricos los acapararán para ellos, ya lo están haciendo, y dejarán que el resto muera en hambrunas y convertidos en algo peor que subhumanos. ¿Ves en lo que se han convertido los humanos? Son ganado sin dignidad, que no merecen la vida, cuya vida no es nada precioso, sino más bien algo patético. ¿No vas a hacer nada al respecto? ¿Vas a ser un esclavo como lo fue toda tu progenie, o vas a ayudar a terminar con el ciclo de depredación sobre la Tierra y el individuo?

La decisión es tuya.

Sí, Bill Willianson tiene un sueño, también, a pesar de su profundo nihilismo. Cree que hay suficientes humanos que pueden despertar y a través de sus acciones individuales, y por supuesto violentas, empezar un cambio. Si comete algún error, es esta trilogía, es creer en algo. En creer que su propia pureza y entrega son algo tan extendido.

A veces ciertos paralelismos hacen que la realidad copie la ficción, o la ficción anticipe la realidad. Masacres en Noruega o Las Vegas, todas casi siguiendo el mismo patrón. Al final no importa la ideología, si cada uno de estos actos consigue acercarnos al fin deseado. El dominio de la realidad artificial sobre la realidad verdadera es cada día mayor, y pronto llegará el día en que ni siquiera un Bill Willianson pueda hacer llegar su mensaje. Los mensajes serán interceptados por el sistema y, tergiversados, utilizados para sus propios fines. En la tercera entrega, en Rampage: President Down (2016), Bill asesina al presidente de los Estados Unidos, pero los medios acusan del crimen al ISIS, mientras silencian el mensaje de Bill.

Bill se toma su final con humor nihilista. Pero tal vez Bill tiene razón, tal vez el primer tabú que nunca debió ser aceptado por los humanos fue el asesinato. Tal vez de ser así, en una realidad paralela, los genes que llevan a la depredación y a la opresión hubieran sido eliminados antes en la historia. O tal vez no, tal vez esta broma cósmica solo debía terminar de una manera; con el ser humano ahogándose en el pantano de su propia podredumbre, después de haber recibido para sí, un «paraíso».

Subhumanidad

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Europe After the Rain II, Max Ernst (1942).

La basura en que se ha convertido todo no es culpa de unas cuantas grandes empresas; ellos solo pusieron ahí unas herramientas y la masa se encargó por sí misma de llevarlas a su nivel.

Basura que se escribe o se fotografía cada segundo desde cada punto del globo. Mentiras y más mentiras. Cizaña, odio, desprecio, vanidad. Todo da tal asco a estas alturas que la propia extinción sería bienvenida si se lleva consigo esto: esta generación, y las que la precedieron. Humanos que se modulan en ser fieles a un estilo de vida, o a un ideal, o simplemente por encajar dentro de un grupo de seres similares. Que sufren de la enfermedad del borrego; la enfermedad del cerdo.

Seres que esparcen la enfermedad con su mismo aliento. Que lo pudren todo. Subhumanos que cuando ven algo mejor, algo que no pueden entender porque es algo más alto, solo arrojan piedras. Que confunden la luz con la oscuridad y luego enaltecen lo bajo con orgullo.

O del otro lado, subhumanos que porque leen o ven algo, ya esperan que un ser ajeno sea una especie de salvador o iluminado con todas las respuestas. Alguien inmune a la estupidez del mundo. Y cuando ven que este ser ya no es lo que esperaban, ya no es su mesías, entonces vuelven a arrojarle piedras.

Borregos y cerdos que se revuelcan en el fango. Seres que carcajean de su inmundicia, mientras las sanguijuelas les muerden las puntas de los dedos, mientras son cocinados a fuego lento. Detrás de sus ojos, máscaras que no tienen dentro más que podredumbre.

Solo oculto dentro del propio ser está la verdad, algo aproximado a eso. Aunque al final no se encuentre nada, esto no es lo importante.

¿Cómo puede un ser humano, en su sentido natural, sentirse a gusto dentro de un mundo así? Dentro de una oficina, un vehículo, una fábrica. No hay forma de esto, de que un ser sano se sienta bien en un mundo así. Si se siente bien es porque se ha convertido en otro objeto, en otro engranaje de la máquina. La auténtica revuelta debería comenzar ahí. Debería ser dejar de trabajar, sudar, esforzarse por un orden que expande su pudrición.

No darle nada a un orden corrupto.

Ya dice suficiente de esta tierra enferma (no solo por los hombres sino por su misma característica material) que los más sanos sean aquellos que primero sucumban, y que solo los virosos, los torcidos, sigan adelante. No vale la pena ningún esfuerzo que mantenga este sistema de cosas. El tiempo en que esto, tratar de revertir el estado de las cosas, podía tener algún valor, ya hace años quedó atrás. Ya pasó el punto de no retorno. La única acción positiva que queda es una acción espiritual, sin relevancia material.

Todo ya le pertenece a los cerdos.

Todo ha sido destruido, todo valor yace ahora sepultado bajo la inmundicia, toda verdad ha devenido en objeto de burla, para los así llamados «sanos».

Todo ha sido corrompido. Años y años de corrupción han producido esto. Nos han producido a nosotros. Nadie ni nada se salva. Todo ideal ha sido derrotado, ha sido despreciado, ha sido destruido en nombre de la «humanidad». Todo ha sido moldeado, para adaptarse al molde más bajo.

La carrera de la muerte 2050

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Death Race 2050 (2017).

Existe una historia que se repite siempre, cada tantos años. Hay un planeta en decadencia, donde los más bajos instintos de la humanidad han sido recompensados con una tierra a su medida, y donde el asesinato se ha convertido en un entretenimiento para las masas. En este universo alternativo hay una carrera, y hay un héroe. El nombre del héroe es lo único que permanece siempre, pero su nombre no es sino un símbolo. Frankenstein, y él siempre oculta su rostro detrás de una máscara. Él es a la vez un prisionero y un ídolo de las masas y sus actos son fundamentales para el devenir de este mundo. El héroe conduce un auto y es también un asesino. Al lado de Frankenstein, siempre hay una mujer, pero ella es una traidora.

Con estos elementos la historia se repite, y siempre se la llama la Carrera de la muerte. A veces esta competencia mortal ocurre en una prisión, a veces en los desiertos sudafricanos, y otras veces, como en Death Race 2050 (2017), los autos asesinos llevan a cabo una odisea por una Norteamérica extraña que parece haber caído en el tercer mundo, vía una explosión demográfica, donde al igual que en Idiocracy (2006), no son los mejores genes aquellos que han sido más favorecidos.

La comparación con Idiocracy, They Live (1988) y desde luego, la Death Race 2000 (1975) es evidente; la sátira antihumanista, ese subgénero entre cuyos precursores más ilustres cabe mencionar a Jonathan Swift y Rabelais, alcanza en la Carrera de la muerte 2050, nuevas alturas. Lo cual no debería ser motivo de alegría; aquí, entre peor y más contradictorio sea el mundo, peores son las conclusiones y por ende, mayor el humor negro.

En Death Race 2050 los trabajadores robots han sustituido a las masas proletarias, y el sueño dorado de la humanidad de liberarse del yugo del trabajo, solo ha llevado a que la masa obrera sufra las consecuencias del desempleo y se hunda en sus vicios; mientras que la evolución de la tecnología ha producido seres de naturaleza subhumana que pasan su tiempo adictos a la realidad virtual, como la consecuencia lógica de la evolución de la nomofobia que se extiende estos días; las grandes ciudades de los antiguos Estados Unidos ahora son basureros tóxicos o chabolas pobladas en su mayoría por mexicanos; los medios de comunicación, una herramienta de control dirigida directamente por las pocas empresas que quedan; la alternativa radical, un subproducto de la propaganda. No hay nada que permanezca genuino en este mundo. Cualquier parecido con la realidad actual, no parece simple coincidencia.

En este universo de pesadilla para el espíritu, solo Frankenstein mantiene algo de pureza, solo él cree en lo que hace. De forma paradójica el asesino se convierte de esta manera, en el único que conserva algo de ética en su trabajo. Los enemigos, en esta carrera que se repite cada tantos años, varían, pero siempre coinciden en algo, en ser estereotipos de aquello que ha hundido al mundo en tal estado deplorable. Está Perfectus, el hombre diseñado genéticamente, pero sin ningún contenido espiritual, Tammy, la profeta que espera el Apocalipsis y cuyo terrorismo es celebrado por las masas; está la rapera que tiene más éxito entre más bajo sea el mensaje que difunde entre sus «hermanos», y la líder de la rebelión, que solo elimina la posibilidad de cualquier disidencia real. Pese a que oficialmente la Carrera de la muerte esté ahí para controlar la explosión demográfica (los autos ganan puntos por cada peatón atropellado), en últimas esto solo parece un pobre paliativo que la docena de poderosos que permanecen en la Tierra ha arrojado a las masas. El verdadero objetivo, parece ser mantener a los embrutecidos humanos en su pasividad, como consumidores adictos del entretenimiento.

Harto de todo, Frankenstein, no obstante, se esforzará al final por conseguir algo en este mundo, donde la realidad ha sido sepultada por la virtualidad; y se verá tentado por el despertar de las masas. Pero al ser malinterpretado por los subhumanos, cuando estos se aniquilan entre ellos, cuando el caos y la destrucción alcanzan su clímax, entonces él y su compañera, aquella agente doble que habrá visto después de todo, bajo su máscara, comprenderán a la perfección, cuál es su destino, qué es lo único que se puede hacer en tal estado de cosas.

Esperarán el fin y como los únicos auténticos humanos que quedan, soñarán con germinar una nueva humanidad.